Por espacio de unos cuatro o cinco días viajamos Eva y yo a México para visitar a nuestros amigos Javiertito y Viridiana. Con el mismo propósito también se han desplazado hasta aquí Valentín y Belinda. Así nos encontramos las tres parejas en el ínfimo apartamento de nuestros amigos afincados en México. Dicho apartamento refleja la miseria y las apretadas condiciones económicas en que viven Javier y Viri. De pronto él tendrá una actitud hostil, acre, casi de belicoso menosprecio con su pareja Viridiana, haciendo un seco comentario muy afín al tono de un maltratador psicológico. Nos quedamos todos altamente sorprendidos. Esto no es propio (no lo era) de nuestro colega. Sin embargo ahora parece una tónica general, que, para nuestro asombro, Viri asume con tranquilidad, paciencia y buen humor. Nuestro Javi de antaño hubiera sido incapaz de algo así, tal y como era de risueño, ingenuo y escasamente conflictivo en otros tiempos. Seguramente las condiciones lamentables en las que viven, las constantes penurias, las responsabilidades que le superan y el exceso de trabajo, le han ido agriando el carácter. En contraste con su hosquedad, Viridiana se muestra alegre, desenfadada, cómoda. Valentín, como es su costumbre, intercederá, desviando el tema, para aliviar la tensión que ha generado la imprevista salida de tono de Javier.
Poco después, Eva y yo nos hallamos ya solos en el piso donde nos hemos alojado en la ciudad de México durante esos cuatro o cinco días de estancia. No estoy mucho por la labor de hacer turismo y recorrer la ciudad. Miro a través de la ventana. Tanto con la imaginación como físicamente, sí que doy vueltas por las inmediaciones. Cada día un poquito, sin forzar. Para mi tranquilidad -y estupor-, sin problemas. En una de esas breves salidas, sin Eva, que ha desaparecido del sueño, caminaré bajo unos soportales de edificios pequeños, próximos al sitio de hospedaje, hacia un ambulatorio, en el que entraré para que me atiendan no sé con qué motivo. Llego a la sala de espera, bulliciosa y atiborrada de pacientes, de una consulta. En un santiamén entraré en dicha consulta. Poco más recuerdo de esta parte.
De nuevo estoy en el piso en el que me hospedo, mas esta vez la concurrencia cambia. Allí estarán Pato y Carapolla, más presumiblemente otra chica difusa, no reconocida y que poco se hace notar (salvo un instante delante del cristal de la puerta de la terraza) en la escena que viene a continuación. José Luis "Carapolla" se está frotando desde hace un rato contra el culo de Pato, así, como quien no quiera la cosa, mientras ella está semi agachada sobre una mesa. Con el resultado de que ambos se excitan como perros. En la bragueta del pantalón vaquero de él se abulta su órgano erecto. Pato, cachonda, se arrodilla para sacarle la picha y metérsela en la boca. Al principio, la cola enhiesta de José Luis es bien pequeña, muy poca cosa, lo cual me alegra. Pero se trata de una falsa impresión. Conforme ella se va metiendo el rabo entero en la boca, el miembro parece no tener fin, es muy largo, monstruosamente largo. También resulta increíble que le quepa todo a Pato en su agujero bucal.
Esto supone una sutil traición, ya que Patricia fue mi pareja y podría seguir siéndolo, con lo que no viene a cuento este inesperado, tonto y casual escarceo con Carapolla. Ella desea que me incorpore al juego sexual, ya sea chupándomela o siendo taladrada por mi menda desde atrás, según el lado contrario donde Carapolla se sitúe. Lo cierto es que yo ya estoy bien empalmado. En un aparte, quizá en el cuarto de baño, me la miro. Todavía tengo pegotes de la pomada alrededor del capullo. Evidentemente no puedo participar en la orgía. Pato me persigue por el dormitorio y yo me evado como puedo, sin explicar mi maltrecho estado. Pienso en que voy a tener que ir al médico urgentemente para arreglarme el pito del todo, pero no habrá de ser en México; lamentablemente tendré que esperar unos pocos días, unos pocos días sin sexo, hasta que regrese a Madrid. Y no puedo recibir atención médica en México porque, tal y como he comprobado al internarme otra vez por los soportales que transité con anterioridad, la clínica estaba cerrada a cal y canto, quizá debido a que sea fin de semana.
Una vez confirmado que el centro de salud no abrirá sus puertas me interno en un bareto próximo. Desde la ventana, yo y los allí congregados, observamos cómo unos trabajadores con traje de mono limpian unas enormes bolas de piedra del vallado que cerca el sanatorio. Y lo hacen de una manera harto extraña, difícil de describir. Como si las pilastras pétreas que sostienen las grandes esferas tuviesen una cremallera en su centro y a través de raíles internos, con chorros de agua, se limpiase la estructura. Viendo la operación, comienzan a llover malvadas críticas de los parroquianos sobre las malas gestiones de despilfarro típicas de la administración y el gobierno.
Poco después, Eva y yo nos hallamos ya solos en el piso donde nos hemos alojado en la ciudad de México durante esos cuatro o cinco días de estancia. No estoy mucho por la labor de hacer turismo y recorrer la ciudad. Miro a través de la ventana. Tanto con la imaginación como físicamente, sí que doy vueltas por las inmediaciones. Cada día un poquito, sin forzar. Para mi tranquilidad -y estupor-, sin problemas. En una de esas breves salidas, sin Eva, que ha desaparecido del sueño, caminaré bajo unos soportales de edificios pequeños, próximos al sitio de hospedaje, hacia un ambulatorio, en el que entraré para que me atiendan no sé con qué motivo. Llego a la sala de espera, bulliciosa y atiborrada de pacientes, de una consulta. En un santiamén entraré en dicha consulta. Poco más recuerdo de esta parte.
De nuevo estoy en el piso en el que me hospedo, mas esta vez la concurrencia cambia. Allí estarán Pato y Carapolla, más presumiblemente otra chica difusa, no reconocida y que poco se hace notar (salvo un instante delante del cristal de la puerta de la terraza) en la escena que viene a continuación. José Luis "Carapolla" se está frotando desde hace un rato contra el culo de Pato, así, como quien no quiera la cosa, mientras ella está semi agachada sobre una mesa. Con el resultado de que ambos se excitan como perros. En la bragueta del pantalón vaquero de él se abulta su órgano erecto. Pato, cachonda, se arrodilla para sacarle la picha y metérsela en la boca. Al principio, la cola enhiesta de José Luis es bien pequeña, muy poca cosa, lo cual me alegra. Pero se trata de una falsa impresión. Conforme ella se va metiendo el rabo entero en la boca, el miembro parece no tener fin, es muy largo, monstruosamente largo. También resulta increíble que le quepa todo a Pato en su agujero bucal.
Esto supone una sutil traición, ya que Patricia fue mi pareja y podría seguir siéndolo, con lo que no viene a cuento este inesperado, tonto y casual escarceo con Carapolla. Ella desea que me incorpore al juego sexual, ya sea chupándomela o siendo taladrada por mi menda desde atrás, según el lado contrario donde Carapolla se sitúe. Lo cierto es que yo ya estoy bien empalmado. En un aparte, quizá en el cuarto de baño, me la miro. Todavía tengo pegotes de la pomada alrededor del capullo. Evidentemente no puedo participar en la orgía. Pato me persigue por el dormitorio y yo me evado como puedo, sin explicar mi maltrecho estado. Pienso en que voy a tener que ir al médico urgentemente para arreglarme el pito del todo, pero no habrá de ser en México; lamentablemente tendré que esperar unos pocos días, unos pocos días sin sexo, hasta que regrese a Madrid. Y no puedo recibir atención médica en México porque, tal y como he comprobado al internarme otra vez por los soportales que transité con anterioridad, la clínica estaba cerrada a cal y canto, quizá debido a que sea fin de semana.
Una vez confirmado que el centro de salud no abrirá sus puertas me interno en un bareto próximo. Desde la ventana, yo y los allí congregados, observamos cómo unos trabajadores con traje de mono limpian unas enormes bolas de piedra del vallado que cerca el sanatorio. Y lo hacen de una manera harto extraña, difícil de describir. Como si las pilastras pétreas que sostienen las grandes esferas tuviesen una cremallera en su centro y a través de raíles internos, con chorros de agua, se limpiase la estructura. Viendo la operación, comienzan a llover malvadas críticas de los parroquianos sobre las malas gestiones de despilfarro típicas de la administración y el gobierno.
Estás viendo el blog personal del escritor y diseñador José Martín Molina (Pepeworks). Puedes saber más sobre sus creaciones en sus sitios web:
► web de escritor: www.josemartinmolina.com
► web de diseño: www.pepeworks.com. Se agradece la visita!
► web de escritor: www.josemartinmolina.com
► web de diseño: www.pepeworks.com. Se agradece la visita!